22 de enero de 1826.-
Se rinde la fortaleza del
Real Felipe en el Callao, Perú. La fortaleza, que había vuelto a dominio español tras la Sublevación del Callao realizada por el sargento Dámaso Moyano en 1824, estaba bajo el mando del brigadier español José Ramón Rodil y Campillo, quien, negándose a reconocer la capitulación de Ayacucho, se encerró en la fortaleza y resistió el sitio de las fuerzas patriotas al mando del general Bartolomé Salom hasta el 22 de enero de 1826, en que entregó la plaza al ver que la ayuda de España no llegaba. Esta acción fue el fin del Imperio español en América del Sur, pues el mismo día se juraba la independencia de Chiloé, que fue anexionado a Chile con la firma del Tratado de Tantauco una semana antes.
Imagen de satélite de la fortaleza del Real Felipe.
Para quebrar la resistencia realista, el Ejército Libertador, formado por grancolombianos y peruanos en su mayor parte, al mando del general venezolano Bartolomé Salom, estableció su campamento en Bellavista
y procedió a cercar el recinto fortificado del Callao, bombardeando el
puerto constantemente durante meses con fuego de artillería pesada.
Desde el mar los buques del bando independentista compuesta por las
flotas combinadas de Chile, Gran Colombia y Perú también atacaron sin
pausa el reducto realista con sus cañones, pero los defensores contaban
con la Fortaleza del Real Felipe, un bastión artillado para rechazar
ataques por mar y que había sido pieza clave del sistema defensivo de
España para sus colonias en el océano Pacífico,
en tanto el recinto amurallado de la Fortaleza también dificultaba un
asalto frontal desde tierra, todo lo cual junto a la voluntad
inquebrantable de sus defensores hizo un cerco difícil y prolongado.
Brigadier José Ramón Rodil y Campillo.
La falta de suministros suficientes y la sobrepoblación
en un puerto que no estaba preparado para acoger tantos refugiados de
forma permanente causaron gran perjuicio entre los sitiados. Pronto se
advirtió que en el Callao escasearía la comida, por lo cual desde el
inicio los refugiados establecieron un mercado negro de alimentos
a precios elevadísimos, comerciando primero con las pocas legumbres,
frutas, y aves de corral que estaban disponibles en el puerto, para
luego traficar con la carne de los caballos o bueyes no aptos para el servicio con la tropa, y finalmente comerciar con carne de ratas a falta de otro alimento disponible.
A los bombardeos del Ejército Libertador y la desnutrición
generalizada se sumaron las epidemias que hacían más difícil la
resistencia realista, sostenida sólo por la terquedad fanática de su
jefe, el brigadier José Ramón Rodil,
y los severos castigos que éste imponía a quienes intentasen
amotinarse, fusilando continuamente soldados y civiles que intentasen
desertar o colaborasen con el enemigo. Las enfermedades se agravaban por
la falta de alimentos en el Callao y las malas condiciones sanitarias
de un reducto sobrepoblado y a mediados de 1825 empezaron los fallecimientos por estas causas entre refugiados y soldados, carentes de todo contacto con el mundo exterior.
Plano de la fortaleza
Inclusive Rodil dio la orden de expulsar hacia las filas patriotas a
los civiles cuya presencia fuese innecesaria en el Callao, a
fin de ahorrar comida para sus soldados. Las tropas del Ejército
Libertador aceptaron a algunos civiles, pero al notar la estrategia del
líder realista, rechazaron con fuego de fusil
a las posteriores oleadas de refugiados, quienes también eran
rechazadas de la misma manera por los soldados realistas si intentaban
volver a El Callao. Como resultado, muchos civiles perecieron por las
balas de ambos bandos o por el hambre y la sed en medio de la
tierra de nadie.
Pero esta obstinada resistencia dio su fin al agotarse todo recurso
para la vida de los sitiados y la defensa de la plaza. Miles de
refugiados civiles padecieron el escorbuto, la disentería y el hambre durante el asedio dentro de las
fortalezas del Callao lo que escandalizó a la sociedad limeña y fue reflejada por el tradicionalista peruano Ricardo Palma en su obra
El fraile y la monja del Callao.Entre sus muros falleció por escorbuto el antiguo presidente de la república del Perú don Bernardo Torre Tagle,
quien se había pasado al bando realista, pereciendo también toda su
familia. Fallecieron también como refugiados durante el asedio don Diego de Aliaga
(el vicepresidente designado por el Marqués de Torre Tagle), el conde
de San Juan de Lurigancho, el conde de Castellón, y muchos otros
sostenedores de la causa realista.
Plano y sección de la fortaleza.
Se calcula que, de todos los
refugiados civiles concentrados en el Callao, sólo la cuarta parte
sobrevivió al asedio. A principios de enero de 1826
el coronel realista Ponce de León se pasa a las filas independentistas,
y poco después el comandante realista Riera, gobernador del
Castillo de San Rafael,
entrega dicha fortaleza. Ambos eventos hacían casi imposible la
defensa, pues Ponce de León conocía la ubicación de las rudimentarias
minas de tierra colocadas para impedir cualquier ataque frontal de los
patriotas, mientras que Riera dirigía un bastión estratégico cuya
pérdida facilitaba la entrada de soldados patriotas dentro de la plaza,
además de conocer por completo el dispositivo de defensa formado por
Rodil.
Aunque ni Rodil ni la guarnición planearon jamás una rendición, ya no
había esperanza de refuerzos de España tras más de un año de inútil
espera; la propia guarnición estaba alimentándose de ratas a falta de
otra comida disponible, y con las municiones a punto de acabarse, por lo
que empiezan las negociaciones el 11 de enero de 1826 y concluyen en la entrega de la fortaleza el 22 de ese mismo mes.
Última bandera española que ondeó en territorio de América del Sur, en la Fortaleza del Real Felipe en el Callao y que se conserva en la casa natal de Bolívar.
La capitulación permitió la salida de los últimos sobrevivientes del Ejército Realista
(sólo 400 soldados de los 2.800 que existían al inicio) con todos los
honores. La mayoría de civiles refugiados que empezó siendo unos 8.000, había ya fallecido y los
restantes quedaron como sospechosos a las nuevas autoridades de la
República y muchos en efecto también partieron a España. Rodil salvaba
las banderas de los regimientos
Real Infante y del
Regimiento de Arequipa,
las demás quedaban como trofeo de guerra del vencedor, poco después se
embarcaba para España acompañado de un centenar de oficiales y soldados
españoles que habían servido bajo su mando. Se eliminaba así el último baluarte del Imperio Español en América del Sur.