22 de febrero de 1744.-
Tiene lugar la Batalla naval de Tolón o Batalla del Cabo Sicié, librado frente a la costa francesa, cerca Tolón, en el marco de la Guerra de Sucesión Austríaca. Una armada combinada Franco-Española bajo el mando de Juan José Navarro combatió contra la flota Mediterránea Británica bajo el mando del almirante Mathews en un combate de resultado indeciso. En la fecha de la batalla la armada británica dominaba el Mediterráneo Occidental e impedía que desde España se enviasen refuerzos por mar al centro de Italia, donde España combatía contra austríacos y sardos.
Almirante Juan José Navarro de Viana.
La principal fuerza naval española, 12 navíos al mando del almirante Juan José Navarro, se hallaba bloqueada en Tolón. De los doce navíos españoles tan sólo seis eran de guerra,
del Rey, el resto eran de la Carrera de Indias,
marchantes se les denominaba, metidos en esos lances de batirse bien formados contra una escuadra adversaria.
del Rey eran el
Real Felipe, de 110 cañones montados; el
Santa Isabel, de 80; el
Constante, de 70, y los
América, Hércules y San Fernando, de 64. Los titulados
marchantes eran los
Brillante, Soberbio, Oriente, Poder, Halcón y Neptuno, de 60 cañones, en realidad de 52 ó 54 y los mayores de 18 libras tan sólo.
Navío Real Felipe.
La flota franco-española zarpó de Tolón el 19 de febrero, navegando hacia el sur en una línea de batalla que se extendía a lo largo de seis millas, con 9 navíos franceses en la vanguardia, 6 franceses y 3 españoles en el centro, y 9 españoles en la retaguardia. De Court izó su insignia en el
Terrible, de 74 cañones, mientras que Navarro hizo lo propio en el
Real Felipe. La escuadra británica levó anclas al amanecer. El día
21 los 30 navíos británicos al mando de Matthews navegaban al este de la
flota franco-española, maniobrando hacia el suroeste para aproximarse a
la línea de batalla aliada. Matthews había dividido su flota en 3 divisiones: una vanguardia de 9
navíos al mando del contraalmirante William Rowley, un centro de 10
navíos bajo su mando directo y una retaguardia de 13 navíos al mando del
vicealmirante Richard Lestock. La mañana del 22 de febrero, a eso de las doce y cuarto, esta última
división había quedado distanciada al menos a 7 millas del grueso de la
flota, lo cual dejó a Matthews en inferioridad numérica frente a los
franco-españoles.
Momentos previos al combate. Estampa grabada por Juan Moreno Tejada.
Ambas flotas navegaron en paralelo; los aliados borbónicos al oeste y los británicos al este, estando los primeros algo más avanzados. Pese a su ventaja, De Court, conforme a las órdenes recibidas, no atacó a la flota británica.Entonces, Matthews, viendo la inacción de Lestock, que no era capaz de reengancharse a la línea de batalla a pesar de sus llamamientos, dio la orden de ataque. Aunque las órdenes del almirantazgo recomendaban no hacerlo hasta que las dos flotas estuvieran alineadas, la decisión de Matthews fue correcta. A la una del mediodía, mientras la vanguardia franco-española se hallaba sin oponente, la vanguardia británica se batía con el centro francés y la división de Matthews hacía lo propio con la retaguardia al mando de Navarro. El momento parecía haber sido juiciosamente escogido, pues cinco navíos españoles, el
Brillante, el
San Fernando, el
Halcón, el
Soberbio y el
Santa Isabel, habían quedado rezagados de la retaguardia, dejando al
Real Felipe de Navarro con el apoyo de dos navíos, mientras otros tres seguían con los franceses.
Movimientos de las flotas enfrentadas.
La vanguardia franco-española, sin oponente, trató ganar el barlovento para doblar a la flota británica y ponerla bajo dos fuegos, pero la afortunada maniobra de tres capitanes británicos, los del
Stirling Castle, el
Warwick y el
Nassau, que desobedeciendo órdenes mantuvieron sus posiciones, lo evitó. Entre tanto, Matthews, en el
Namur, era apoyado por el
Marlborough, que se cañoneaba con el español
Santa Isabel, situado a popa del
Real Felipe, y por el
Norfolk, que hacía lo propio con el
Constante. El
Oriente, el
América y el
Neptuno apenas intercambiaron una salva con los navíos británicos y abandonaron su posición en la línea de batalla, dejando al
Poder sólo enfrentándose a 4 navíos británicos.
Tras varias horas de combate, el
Constante, puesto fuera de combate, también abandonó la línea. Desde el
Real Felipe se dispararon varios cañonazos contra el navío para evitar su defección, pero fue en vano. El
Norfolk, dañado en sus aparejos, no pudo perseguirlo. Lo mismo sucedió con el
Hércules, que, severamente dañado, abandonó su posición, dejando al
Real Felipe en solitario frente al
Namur y al
Marlborough. El
Poder todavía permanecía en su lugar, enfrentándose a cuatro navíos británicos. Al primero de los enemigos que le atacó, el
Princesa, de
70 cañones y él tenía 60, le rechazó causándole tales averías que arrió
su bandera, y esto ocurrió por dos veces, impidiendo su rendición la
resolución de su segundo comandante. El ataque fue continuado por el
Somerset, de
80 cañones, al que también rechazó enérgicamente con el fuego de su
artillería y de su fusilería. Tres navíos más acosaron al
Poder, el Bedford, el
Dragón y el
Kinsgton, y aún se zafó de ellos aunque ya muy destrozado. Sólo el capitán Hawke, del
Berwick, actuó con decisión. La primera salva del navío británico causó 20 muertos entre la tripulación del
Poder y le desmontó varios cañones. 20 minutos después, el capitán Rodrigo de Urrutia se rendía.
La flota inglesa se retira momentáneamente a reparar sus averías. Grabado de Mariano Brandi.
El combate entre el
Namur y el
Marlborough contra el
Real Felipe dejó a estos dos últimos navíos seriamente averiados. A bordo del británico murieron 42 hombres, entre ellos su capitán, y resultaron heridos 121. El navío llegó a cruzar la línea española, recibiendo múltiples impactos y siendo descrito posteriormente como "un perfecto naufragio".
El Real Felipe quedó fuera de combate y prácticamente silenciado. Sus bajas ascendieron a 47 muertos, entre los cuales figuraba su capitán, Nicolás Gerardino, y 239 heridos, uno de ellos el almirante Navarro, cuya valentía los británicos reconocieron.
Matthews, habiendo dejando al buque insignia español fuera de combate, ordenó preparar un brulote, el
Ann Galley, para acabar con él, y despachó los botes y pinazas de su división a remolcar al
Marlborough fuera de la línea. A las cuatro en punto, cuando el
Ann Galley comenzó a aproximarse al
Real Felipe, dos o tres navíos españoles del grupo rezagado llegaron junto al insignia y concentraron el fuego de sus cañones sobre el brulote británico. Desde el
Real Felipe se puso a la mar una lancha llena de hombres para interceptarlo. Cuando la lancha se encontraba próxima al
Ann Galley, el oficial al mando del brulote disparó una pistola contra los españoles. La pólvora se prendió y la embarcación voló por los aires.
El Ann Galley estallando por los aires.
Viendo la difícil situación en la que se encontraban los españoles, la flota francesa de De Court, que no había ayudado hasta ese momento a los españoles, se dispuso a socorrerlos. El comandante francés se distanció de Rowley y se dirigió hacia el
Real Felipe con sus navíos. Rowley ordenó a sus navíos continuar hostigando a los franceses para impedir que alcanzaran el centro británico, pero la maniobra francesa surtió efecto y el
Real Felipe pudo escapar bajo la protección de los navíos de De Court. A las cinco en punto los británicos se distanciaron para reorganizar sus fuerzas y, a medida que se acercaba la noche, ambas flotas se separaron hasta una distancia de seis millas. Un navío francés represó el
Poder que navegaba muy separado de
los ingleses con dotación de presa. Recogió a ésta y a los españoles que
iban, y pegó fuego al barco por considerar ya inservible aquél casco
tan destrozado en sus gloriosos combates..
Grabado de Joaquín Ballester que representa la llegada de la flota francesa con los buques rezagados
españoles y la retirada de los ingleses.
Al amanecer del día 23, la flota franco-española, reducida a 22 navíos efectivos, levó anclas y se dirigió al oeste. El almirante británico ordenó la persecución. En esta ocasión la flota británica formó a la perfección una línea de batalla, mientras que españoles y franceses se retiraron desordenadamente divididos en dos agrupaciones según la nacionalidad de los navíos. El español
Hércules estuvo a punto de ser apresado por los británicos, pero la intervención de la escuadra francesa lo evitó. El día siguiente Matthews detuvo la persecución y se retiró. Todo lo que podía conseguir era la captura del
Real Felipe, llevado a remolque por la flota franco-española; una compensación menor que garantizar la seguridad de la costa italiana que tenía órdenes de proteger, de modo que Matthews reparó sus navíos en Mahón y prosiguió con su misión. La escuadra española entró en Cartagena el día 9 de marzoy el 11 la francesa. Durante
todo este tiempo Francia seguía en paz con Inglaterra.
Estado del HMS Marlborough después de la batalla.
El resultado de la batalla fue muy discutido en toda Europa. Mientras en poemas y romances españoles trataba de presentarse el combate como la victoria de 12 navíos españoles sobre 47 ingleses, a pesar de la "traición de nuestros aliados franceses", y de "aplastante e inesperada victoria"; cabe recordar que en ese momento Inglaterra y Francia no estaban en guerra entre ellos.
El almirantazgo británico emitió una serie de juicios navales para determinar quién había sido el responsable del fracaso de la flota británica a la hora de destruir a un enemigo peor comandado e inferior en número. Matthews resaltó la actitud pasiva de Lestock durante el combate, mientras este acusó del primero de carecer de coraje. El veredicto del tribunal fue muy controvertido y es tenido generalmente por injusto: Lestock fue absuelto de todos los cargos que pesaban sobre él mientras que Matthews fue declarado culpable por suspender la persecución y destituído.
El Poder enfrentándose a varios enemigos
Los enemigos son muchas veces buenos jueces de la propia actuación, especialmente cuando en ellos existe un clima de caballerosidad como había en los mandos de la escuadra británica, independientemente de la actitud de su gobierno, cuyas órdenes cumplían. Ellos ensalzan el comportamiento de los españoles en los combates de Cabo Sicié. El comandante del
Poder, Don Rodrigo de Urrutia, en Mahón, a donde había sido llevado prisionero, recibió muchos honores dirigidos a su propia persona por su heroico comportamiento, y también muchas alabanzas dirigidas a Navarro y a sus comandantes y dotaciones: Todos los brindis —dice Urrutia— después del Rey británico eran al almirante Navarro. Todas las sobremesas caían en el
Real y en el valor de los españoles, confesando todos generalmente la superioridad a ellos mismos, y encendiendo el furor contra quien debiera imitarnos (los franceses). —Por si hubiera duda sobre la actuación de los navíos de Navarro retrasados en la línea de batalla podemos recoger: Todos los navíos que estaban a la popa de V. E. —dice Urrutia— hicieron a los enemigos mucho daño que satisfacen a una voz con dignas alabanzas, confesándole al
«Hércules» y
«Brillante» mucha parte de defensa del
Real, y al fuego de éste le llaman fuego de los infiernos —, expresión muy británica.