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sábado, 29 de noviembre de 2014

Muerte de Alonso de Ercilla y Zúñiga 1594

29 de Noviembre de 1594.-



Alonso de Ercilla y Zúñiga nació en Madrid, un 7 de agosto de 1533. Huérfano desde que tenía un año, su madre pudo introducirlo en la Corte como paje del futuro rey Felipe II, al que acompañaría en varios de sus viajes de juventud por Europa.








Pero pronto sentiría la llamada de mayores aventuras y proezas, por lo que en 1555 se embarcaba camino del Perú a las órdenes del maestre Jerónimo de Alderete. Dos años después llegaba a Chile, siendo entonces su capitán el nuevo gobernador del país andino, García Hurtado de Mendoza. Pronto empezaron los durísimos combates con los indígenas araucanos (también conocidos como mapuches), dispuestos a defender su tierra con todas sus energías. El propio Ercilla dejó constancia en «La Araucana» de que no era, precisamente, de los que solían ir en retaguardia:


  «Aquí llegó, donde otro no ha llegado, / don Alonso de Ercilla, que el primero / en un pequeño barco deslastrado, / con solos diez pasó el desaguadero / el año de cincuenta y ocho entrado / sobre mil y quinientos, por Hebrero, / a las dos de la tarde, el postrer día, / volviendo a la dejada compañía».


 Estatua de Alonso de Ercilla en Santiago de Chile.



      Don Alonso luchó bravamente en las cruentas batallas de Millarupe, Quiapo y Lagunillas, y se cuenta que fue incluso testigo de la muerte del cacique indígena Caupolicán, uno de los protagonistas de «La Araucana». Las crónicas, o las leyendas, también cuenta que Ercilla un mal día se vio envuelto en una trifulca con un compañero de armas, Juan de Pineda, y que entrambos habían de finiquitarse si no hubiese mediado el gobernador García Hurtado de Mendoza, quien mandó prenderlos y que como era hombre airado y de ánimo fulminante ordenó su ejecución. La gente pidió que la condena no se cumpliera, pero el gobernador se mantenía en su decisión. Aquí sí que cabe creer en la leyenda que cuenta que dos mujeres, una india y una española, se colaron en la habitación de García de Mendoza y tras muchos ruegos y súplicas le persuadieron de que perdonara a Pineda y a Ercilla.


                                                   


 Alonso de Ercilla siguió preso tres meses más y luego fue desterrado al Perú. Escribiría don Alonso en su épico poema La Araucana respecto de este serio incidente:

Ni digo cómo al fin por accidente
del mozo capitán acelerado
fui sacado injustamente
a la plaza a ser públicamente degollado;
ni la larga prisión impertinente
donde estuve tan sin culpa molestado
ni mil otras miserias de otra suerte,
de comportar más grave que la muerte


                                                         
                                                                       Busto de Alonso de Ercilla.


     Después de residir en el Perú, regresó a España en 1562, donde publicó su gran obra (1569), dedicada a Felipe II. Fue nombrado gentilhombre de la corte y caballero de Santiago en la villa de Uclés, tras lo cual participó en diversas acciones diplomáticas. En 1570 se casó con María de Bazán y se instaló en Madrid, donde terminó las partes segunda (1578) y tercera de su poema (1589). Ercilla usa la palabra araucano como gentilicio de la palabra en mapudungun rauko (tierra gredosa).

      Fallece a los 61 años en 1594. Sus restos reposan en el Convento de San José situado en la ciudad de Ocaña en Toledo. El convento se halla habitado por carmelitas descalzas. Sus restos estuvieron varios siglos bajo el altar en una cripta donde se enterraban las propias monjas, pero fueron trasladados a la iglesia anexa al monasterio para que pudiesen ser visitados con más facilidad. Todos los días del año, a las 8 de la mañana.





       La Araucana fue considerada por Cervantes como una de las mejores obras épicas en verso castellano que haya producido España y la salva novelísticamente del fuego a que fue sometida la biblioteca de don Quijote.