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jueves, 28 de febrero de 2013

Batalla de San Mateo, Venezuela 1814



28 de febrero de 1814.-


     Se produce la  batalla de San Mateo,  enfrentamiento de la Guerra de Independencia de Venezuela, en la cual un ejército llanero al mando del militar español José Tomás Boves sitiaron por varios días a fuerzas republicanas comandadas por Simón Bolívar. Los realistas cargaron varias veces contra la ciudad pero fueron contenidos por los patriotas con mucha dificultad.



Llaneros de Boves aprestándose para la batalla en una recreación histórica.

     Boves había reunido bajo su mando una fuerza de unos 10.000 hombres entre esclavos fugitivos, pardos e indios de los Llanos. El apoyo a los realistas por parte de los pueblos indígenas fue mayoritario, destacando los casos de los caribes y de los caquetíos, apenas 300 eran españoles peninsulares.
 Las primeras avanzadas de caballería del ejército de Boves llegaron  a los alrededores de la ciudad de San Mateo y asaltaron las trincheras que defendían la entrada al valle pero lo estrecho del terreno y lo concentrado del fuego republicano causaron muchas bajas en los llaneros que fueron obligados a retirarse. A la mañana siguiente, Boves que ya había llegado al lugar ordena a la caballería a subir a Puntas del Monte, una serie de colinas que se encontraban en el ala izquierda de los defensores, desde ahí los llaneros cargaron varias veces pero nuevamente sufrieron muchas bajas por los bien atrincherados defensores.




José Tomás Boves de la Iglesia, Comandante en jefe del Ejército Real de Barlovento.


      La inutilidad de una carga de caballería contra las lineas republicanas, hizo a Boves pensar un plan que le permitiera obtener el parque republicano almacenado en el ingenio Bolívar para armar a sus hombres, que en su mayoría contaban solo con lanzas.



Llaneros en acción.


       La cercanía de un ejército repúblicano de 4.000 de hombres que se acercaba a San Mateo para auxiliar a Bolívar hizo que Boves levantara el sitio. Por una parte envió parte importante de sus fuerzas al mando de Francisco Rosete a los Valles del Tuy y con el resto de sus fuerzas decidió salir a enfrentar las fuerzas de Santiago Mariño que se dirigían a auxiliar a la ciudad.



Miembros del ejército de Boves.


      Simón Bolívar  llamaba a Boves  El Azote de Dios, pero Bolívar fué el que decretó la guerra a muerte y  temiendo que Boves reclutara a los 1.400 presos españoles y canarios que estaban en las prisiones de La Guaira y Caracas, hizo ejecutar a 1.253 de ellos (8 de febrero). Hoy en día está demostrado que la  famosa crueldad de Boves y sus tropas es producto de un largo trabajo de difamación elaborado en la época posterior a la independencia venezolana para justificar los abusos de la oligarquía criolla.

martes, 26 de febrero de 2013

Batalla de Marihueñu 1554.







26 de febrero de 1554.-




       Se produce el enfrentamiento de Marihueñu, Marigüeñu, Marigueñu (del mapudungun; mariweñu) o de la Cuesta de Villagran; enfrentamiento militar entre españoles y mapuches ocurrido en la sierra de Marihueñu, actual Cerro de Villagrán, al sur del río Chivilingo, actual comuna de Lota. Fue una de las mayores victorias militares de los mapuches sobre los españoles durante la Guerra de Arauco. Tras la muerte del gobernador Pedro de Valdivia en la batalla de Tucapel, Lautaro venció en Marihueñu a las fuerzas que Francisco de Villagra había reunido con el fin de conjurar la rebelión mapuche. Villagra estaba resuelto a tomar la ofensiva. De los 216 o 217 hombres que había en la ciudad de Concepción, sacó 154 soldados escogidos, seis cañones, treinta arcabuces y unas mantas de madera o baluartes portátiles, para proteger a los arcabuceros de las flechas y de las hondas de los indios.


Francisco de Villagra y Velázquez, gobernador de Chile.


     Es imposible precisar el número de mapuches que pelearon en Marigüeñu. Los cronistas hablan de cien mil, cifra evidentemente exagerada. Pero no cabe duda de que fué el ejército más numeroso que los araucanos lograron reunir. Lo probable es que no excediera de cuarenta mil y que no bajara de quince mil; entre estas cifras toda estimación es enteramente arbitraria.
Villagra empezó a remontar la cuesta de Laraquete, relativamente suave y baja, bordeada por una espesa selva donde se emboscaron los indios. Iba adelante una descubierta de 30 o 40 hombres al mando de Alonso de Reinoso. Al llegar a la cima, que se extendía como una planicie cortada por un precipicio por un lado y al otro extremo una foresta cerrada fueron atacados por los mapuches obligándoles a retroceder peleando hasta juntarse nuevamente con el grueso.


Mapa de Chile del siglo XVII donde se encuentran las tierras donde se enfrentaron españoles y mapuches




      Una vez que ganó la cumbre, viendo que el número de indios aumentaba, formó sus fuerzas en línea de batalla y emplazó la artillería. El primer grupo de combate de mapuches retrocedió hacia el bosque, después de sufrir grandes pérdidas, y le reemplazó el segundo; a éste, el tercero; al tercero, el cuarto, y asi sucesivamente. Aunque ya tenían algunos muertos y numerosos heridos, a las doce del dia los españoles peleaban todavía bien. Pero a partir de este momento, el calor, el cansancio, la sed y el polvo debilitaron rápidamente sus fuerzas físicas y la constante renovación de los cuerpos de mapuches, que entraban de refresco al combate, quitándoles toda esperanza de vencer, empezó a desmoralizarlos.


Batalla entre españoles y mapuches, según grabado de Gerónimo Bibar del siglo XVII.


        Una embestida más y algunos mapuches lograron penetrar el círculo defensivo español y lazearon al mismo Francisco de Villagra bajándolo del caballo, los mapuches gritaban entusiasmados : -Apo(Jefe)-, Apo...!!.
A costa de mucho trabajo lograron quitarle su preciada presa a los indígenas no sin antes quedar bien aturdido por los incontables golpes de maza que le propinaron los mapuches, dejándole su armadura toda abollada.



Ilustración del poema La Auracana, del siglo XIX que representa un combate entre mapuches y españoles.


       Pasadas las 4 de la tarde aun se bregaba la batalla y los españoles, casi todos heridos y muy fatigados, los caballos ya no respondian a las exigencias de los jinetes. Habían, peleado ocho horas contra fuerzas de refresco, sin tomar un vaso de agua y sin descansar siquiera un momento, mientras Lautaro tenía aún intacta su reserva. En una arremetida mapuche lograron cazar a los sirvientes de los cañones y mataron a sus 20 sirvientes, entonces Villagra dio por pérdida la batalla y resolvió la retirada, pero para su estupor, los mapuches habían cortado el camino dejando sólo una senda que conducía al precipicio, muchos tomaron la senda y perecieron a golpe de una maza o despeñados.


Lautaro, óleo del pintor Pedro Subercaseaux.


      Villagra logró perforar una salida en la emboscada y por ahí se salvaron apenas 66 soldados y algunos cientos de yanaconas aliados, habían quedado 88 castellanos en poder de las eufóricas huestes mapuches, además se había perdido la artillería completa más bagaje y cabalgaduras.

domingo, 24 de febrero de 2013

Batalla de Pavía 1525.



 24 de febrero de 1525.-


      Dentro de nuestro nostálgico paseo por las efemérides patrias, no podíamos pasar por alto tan ilustre ocasión, en el día de hoy conmemoramos la batalla de Pavía, que  tuvo lugar el 24 de febrero de 1525, en la ciudad de Pavia, entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas imperiales españolas del emperador Carlos V, con victoria de estas últimas.
      La consecución en 1519 , por parte de Carlos I de España, del título de Emperador del Sacro Imperio Románico Germánico , puso a Francisco I de Francia , que también había optado al título de Emperador, vio la posibilidad de una compensación anexionándose un territorio en litigio: el ducado de Milán, más conocido como Milanesado, ya que Francia  había quedado rodeada por los territorios del supuesto enemigo, prácticamente todas sus fronteras estaban amenazadas por los intereses españoles y alemanes.


Estados europeos pertenecientes al emperador Carlos. 

      Francisco I tomó la iniciativa contra el Imperio y alrededor de 40.000 franceses entraron en  la península italiana, pero fué derrotado primeramente en la batalla de Bicoca, donde fue tan fácil la victoria, que en español, la palabra «bicoca» pasará a ser sinónimo de “cosa fácil o chollo” ,  ya que 4.000 arcabuceros españoles batieron a 15.000 piqueros suizos sin perder un solo hombre. causándoles  más de 3.000 muertos; y seguidamente en la batalla del Sesia , cerca del rio Sesia, donde el ejército español, mandado por Carlos de Lannoy venció a los 40.000 franceses mandados por el Almirante Bonnivet y el conde de Santa Pola.


                                                                 Francisco I de Francia.


        Francisco I,  cansado de que los españoles les hicieran morder el polvo tantas veces, penetró en el Milanesado a sangre y fuego al frente de un ejército de 40.000 hombres. Ante semejante alarde, la guarnición española abandonó la ciudad y se cobijó en plazas fortificadas de los alrededores como Lodi o Pavía en espera de refuerzos. Francisco I, casi tan joven como el emperador, no tenía idea de lo poco razonables que pueden llegar a ser los españoles en la guerra, de  modo que, con su hueste imponente, puso sitio a Pavía y esperó pacientemente la rendición sin contar con que, por aquellos años, a Dios le había dado por hablar español y sus hijos predilectos estaban por todas partes.
 En Pavía se encontraban 2.000 arcabuceros españoles, 4.500 lansquenetes alemanes y 30 jinetes pesados , mandados todos ellos por Antonio de Leyva.  A continuación los franceses iniciaron el  asedo a  la ciudad con un ejército de unos 30.600 hombres y  53 piezas de artillería, ya que el resto de los franceses se habían quedado de guarnición en Milán.
 

Infantería española asediada en Pavía.

     Antonio de Leyva , veterano de  la Guerra de Granada , aguantó los cañonazos de la potente artillería francesa, lo peor fue el hambre y la enfermedad que se habían adueñado de las tropas imperiales. Escaseaba el pan y faltaba el agua, pero los imperiales continuaban en su obstinada resistencia. Mientras los franceses esperaban la rendición de Antonio Leyva, Carlos I mandó un ejército de auxilio desde Alemania a Pavía al frente estaba el marqués de Pescara. El objetivo era apoyar a las tropas de Leyva y romper el cerco.
       En Pavía, los soldados imperiales alemanes y suizos no recibían sus “soldadas” y amenazaron con rendirse al enemigo . Los capitanes y generales españoles desembolsaron de su propio bolsillo el dinero para que las tropas alemanas y suizas aguantaran. Ante la difícil situación de sus oficiales, los 2.000 arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía aún sin cobrar. Un ejemplo para alemanes y suizos que decidieron sumarse también al empeño de resistencia numantina en Pavía.




                                                               Lansquenetes alemanes en Pavía.


     A mediados de enero llegaron los refuerzos bajo el mando del marqués de Pescara, Fernando de Ávalos, el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy, y el condestable de Borbón, Carlos III. Avalos consiguió capturar el puesto de avance francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.

                                                                 Arcabuceros imperiales.

     Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía, compuestos por 13.000 infantes alemanes, 6.000 españoles y 3.000 italianos con 2.300 jinetes y 17 cañones los cuales comenzaron a abrir fuego el 24 de febrero. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo atacaron varias veces con la artillería a los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de la arenga dicha por Leyva:



 "Hijos míos, todo el poder del emperador no os puede facilitar en el día de hoy pan para llevaros a vuestro estómago , nadie puede traeros ese necesario pan. Pero hoy, precisamente hoy os puedo decir que si queréis comer, el alimento se encuentra en el campo francés." .


No fue necesario apelar a las banderas a la patria, al heroísmo, etc.





Formación de piqueros.

     Formaciones de piqueros flanqueados por la caballería comenzaron abriendo brechas entre las filas francesas. Los tercios y lansquenetes formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.
Los franceses consiguieron anular la artillería imperial, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó entonces cargar a la caballería francesa. La flor y nata de la aristocracia francesa se iba a topar con la mejor arma de la época, los tercios españoles.Según avanzaban, la propia artillería francesa (superior en número) tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3.000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos clavaron sus picas, apuntaron bien, dispararon y rápidamente terminaron con la primera línea de la caballería pesada francesa. Más tarde los alabarderos y piqueros entraron en combate cuerpo a cuerpo . creando desconcierto entre estos. Mientras Lannoy al mando de la caballería y el marqués de Pescara, en la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa, que comenzaba a ser masacrada, mandada por Ricardo de la Pole y Francisco de Lorena.



Batalla de Pavía, por autor flamenco desconocido.

      Ese preciso momento es el que escoge Antonio de Leyva, de 45 años de edad y  que había participado ya en 32 batallas y 47 asedios, para reaccionar ante la situación favorable de los imperiales españoles y ordenar la salida de sus fuerzas de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda. Esta valiente acción de Leyva sobre el ala derecha de los franceses, atrapó al enemigo entre dos fuegos que no pudieron superar.

      Las tropas de Leyva cercaron a la retaguarda francesa y les cortaron la retirada. Bonnivet, principal consejero militar de Francisco, se suicidó. Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros. Muchos franceses, viendo la derrota, intentaban escapar. Al final las bajas francesas ascendieron a unos 8.000 muertos y 2.000 heridos.


Tapiz de la batalla.


      El rey de Francia y su escolta combatía a pie, intentando abrirse paso. De pronto, Francisco cayó, y al erguirse, se encontró con un estoque español en su cuello. Un soldado de infantería, el vasco Juan de Urbieta, lo hacía preso. Diego Dávila, granadino, y Alonso Pita da Veiga, gallego, se juntaron con su compañero de armas. No sabían a quien acababan de apresar, pero por las vestimentas supusieron que se trataría de un gran señor. Informaron a sus superiores. Aquel preso resultó ser el rey de Francia. Otro participante célebre en la batalla fue el extremeño Pedro de Valdivia, futuro conquistador de Chile y su amigo Francisco de Aguirre.


 Grabado que representa la captura de Francisco I.


     En la batalla murieron los más granado de la nobleza franceses, como Bonnivet, Luis II La Tremoille, La Palice, Suffolk, y Francisco de Lorraine. Francisco I fue llevado a Madrid, quedando prisionero inicialmente en la Torre de los Lujanes, situada en la actual Plaza de la Villa de Madrid. Días más tarde, el rey francés, escribió una carta a su madre expresándole su desgracia: "De todo, no me ha quedado más que el honor y la vida, que está salva".


Carlos V visitando a Francisco I despues de la batalla, obra de Richard Parkes Bonington.


     La noticia corrió como la espuma por todos los territorios europeos. Francia había sido humillada por la captura de su monarca a manos de los tercios españoles.

viernes, 22 de febrero de 2013

Combate naval de Tolón 1744



22 de febrero de 1744.-


       Tiene lugar la Batalla naval de Tolón o Batalla del Cabo Sicié, librado frente a la costa francesa, cerca Tolón, en el marco de la Guerra de Sucesión Austríaca. Una armada combinada Franco-Española bajo el mando de Juan José Navarro combatió contra la flota Mediterránea Británica bajo el mando del almirante Mathews en un combate de resultado indeciso. En la fecha de la batalla la armada británica dominaba el Mediterráneo Occidental e impedía que desde España se enviasen refuerzos por mar al centro de Italia, donde España combatía contra austríacos y sardos.





Almirante Juan José Navarro de Viana.

      La principal fuerza naval española, 12 navíos al mando del almirante Juan José Navarro, se hallaba bloqueada en Tolón. De los doce navíos españoles tan sólo seis eran de guerra, del Rey, el resto eran de la Carrera de Indias, marchantes se les denominaba, metidos en esos lances de batirse bien formados contra una escuadra adversaria. del Rey eran el Real Felipe, de 110 cañones montados; el Santa Isabel, de 80; el Constante, de 70, y los América, Hércules y San Fernando, de 64. Los titulados marchantes eran los Brillante, Soberbio, Oriente, Poder, Halcón y Neptuno, de 60 cañones, en realidad de 52 ó 54 y los mayores de 18 libras tan sólo.


Navío Real Felipe.


      La flota franco-española zarpó de Tolón el 19 de febrero, navegando hacia el sur en una línea de batalla que se extendía a lo largo de seis millas, con 9 navíos franceses en la vanguardia, 6 franceses y 3 españoles en el centro, y 9 españoles en la retaguardia. De Court izó su insignia en el Terrible, de 74 cañones, mientras que Navarro hizo lo propio en el Real Felipe. La escuadra británica levó anclas al amanecer. El día 21 los 30 navíos británicos al mando de Matthews navegaban al este de la flota franco-española, maniobrando hacia el suroeste para aproximarse a la línea de batalla aliada. Matthews había dividido su flota en 3 divisiones: una vanguardia de 9 navíos al mando del contraalmirante William Rowley, un centro de 10 navíos bajo su mando directo y una retaguardia de 13 navíos al mando del vicealmirante Richard Lestock. La mañana del 22 de febrero, a eso de las doce y cuarto, esta última división había quedado distanciada al menos a 7 millas del grueso de la flota, lo cual dejó a Matthews en inferioridad numérica frente a los franco-españoles.



Momentos previos al combate. Estampa grabada por Juan Moreno Tejada.


      Ambas flotas navegaron en paralelo; los aliados borbónicos al oeste y los británicos al este, estando los primeros algo más avanzados. Pese a su ventaja, De Court, conforme a las órdenes recibidas, no atacó a la flota británica.Entonces, Matthews, viendo la inacción de Lestock, que no era capaz de reengancharse a la línea de batalla a pesar de sus llamamientos, dio la orden de ataque. Aunque las órdenes del almirantazgo recomendaban no hacerlo hasta que las dos flotas estuvieran alineadas, la decisión de Matthews fue correcta. A la una del mediodía, mientras la vanguardia franco-española se hallaba sin oponente, la vanguardia británica se batía con el centro francés y la división de Matthews hacía lo propio con la retaguardia al mando de Navarro. El momento parecía haber sido juiciosamente escogido, pues cinco navíos españoles, el Brillante, el San Fernando, el Halcón, el Soberbio y el Santa Isabel, habían quedado rezagados de la retaguardia, dejando al Real Felipe de Navarro con el apoyo de dos navíos, mientras otros tres seguían con los franceses.



Movimientos de las flotas enfrentadas.




      La vanguardia franco-española, sin oponente, trató ganar el barlovento para doblar a la flota británica y ponerla bajo dos fuegos, pero la afortunada maniobra de tres capitanes británicos, los del Stirling Castle, el Warwick y el Nassau, que desobedeciendo órdenes mantuvieron sus posiciones, lo evitó. Entre tanto, Matthews, en el Namur, era apoyado por el Marlborough, que se cañoneaba con el español Santa Isabel, situado a popa del Real Felipe, y por el Norfolk, que hacía lo propio con el Constante. El Oriente, el América y el Neptuno apenas intercambiaron una salva con los navíos británicos y abandonaron su posición en la línea de batalla, dejando al Poder sólo enfrentándose a 4 navíos británicos.
      Tras varias horas de combate, el Constante, puesto fuera de combate, también abandonó la línea. Desde el Real Felipe se dispararon varios cañonazos contra el navío para evitar su defección, pero fue en vano. El Norfolk, dañado en sus aparejos, no pudo perseguirlo. Lo mismo sucedió con el Hércules, que, severamente dañado, abandonó su posición, dejando al Real Felipe en solitario frente al Namur y al Marlborough. El Poder todavía permanecía en su lugar, enfrentándose a cuatro navíos británicos. Al primero de los enemigos que le atacó, el Princesa, de 70 cañones y él tenía 60, le rechazó causándole tales averías que arrió su bandera, y esto ocurrió por dos veces, impidiendo su rendición la resolución de su segundo comandante. El ataque fue continuado por el Somerset, de 80 cañones, al que también rechazó enérgicamente con el fuego de su artillería y de su fusilería. Tres navíos más acosaron al Poder, el Bedford, el Dragón y el Kinsgton, y aún se zafó de ellos aunque ya muy destrozado. Sólo el capitán Hawke, del Berwick, actuó con decisión. La primera salva del navío británico causó 20 muertos entre la tripulación del Poder y le desmontó varios cañones. 20 minutos después, el capitán Rodrigo de Urrutia se rendía.



La flota inglesa se retira momentáneamente a reparar sus averías.  Grabado de Mariano Brandi.


     El combate entre el Namur y el Marlborough contra el Real Felipe dejó a estos dos últimos navíos seriamente averiados. A bordo del británico murieron 42 hombres, entre ellos su capitán, y resultaron heridos 121. El navío llegó a cruzar la línea española, recibiendo múltiples impactos y siendo descrito posteriormente como "un perfecto naufragio". El Real Felipe quedó fuera de combate y prácticamente silenciado. Sus bajas ascendieron a 47 muertos, entre los cuales figuraba su capitán, Nicolás Gerardino, y 239 heridos, uno de ellos el almirante Navarro, cuya valentía los británicos reconocieron.

      Matthews, habiendo dejando al buque insignia español fuera de combate, ordenó preparar un brulote, el Ann Galley, para acabar con él, y despachó los botes y pinazas de su división a remolcar al Marlborough fuera de la línea. A las cuatro en punto, cuando el Ann Galley comenzó a aproximarse al Real Felipe, dos o tres navíos españoles del grupo rezagado llegaron junto al insignia y concentraron el fuego de sus cañones sobre el brulote británico. Desde el Real Felipe se puso a la mar una lancha llena de hombres para interceptarlo. Cuando la lancha se encontraba próxima al Ann Galley, el oficial al mando del brulote disparó una pistola contra los españoles. La pólvora se prendió y la embarcación voló por los aires.


El Ann Galley estallando por los aires.


     Viendo la difícil situación en la que se encontraban los españoles, la flota francesa de De Court, que no había ayudado hasta ese momento a los españoles, se dispuso a socorrerlos. El comandante francés se distanció de Rowley y se dirigió hacia el Real Felipe con sus navíos. Rowley ordenó a sus navíos continuar hostigando a los franceses para impedir que alcanzaran el centro británico, pero la maniobra francesa surtió efecto y el Real Felipe pudo escapar bajo la protección de los navíos de De Court. A las cinco en punto los británicos se distanciaron para reorganizar sus fuerzas y, a medida que se acercaba la noche, ambas flotas se separaron hasta una distancia de seis millas. Un navío francés represó el Poder que navegaba muy separado de los ingleses con dotación de presa. Recogió a ésta y a los españoles que iban, y pegó fuego al barco por considerar ya inservible aquél casco tan destrozado en sus gloriosos combates..


Grabado de Joaquín Ballester que representa la llegada de la flota francesa con los buques rezagados        
                                                       españoles y la retirada de los ingleses.



       Al amanecer del día 23, la flota franco-española, reducida a 22 navíos efectivos, levó anclas y se dirigió al oeste. El almirante británico ordenó la persecución. En esta ocasión la flota británica formó a la perfección una línea de batalla, mientras que españoles y franceses se retiraron desordenadamente divididos en dos agrupaciones según la nacionalidad de los navíos. El español Hércules estuvo a punto de ser apresado por los británicos, pero la intervención de la escuadra francesa lo evitó. El día siguiente Matthews detuvo la persecución y se retiró. Todo lo que podía conseguir era la captura del Real Felipe, llevado a remolque por la flota franco-española; una compensación menor que garantizar la seguridad de la costa italiana que tenía órdenes de proteger, de modo que Matthews reparó sus navíos en Mahón y prosiguió con su misión. La escuadra española entró en Cartagena el día 9 de marzoy el 11 la francesa. Durante todo este tiempo Francia seguía en paz con Inglaterra.


Estado del HMS Marlborough después de la batalla.



       El resultado de la batalla fue muy discutido en toda Europa. Mientras en poemas y romances españoles trataba de presentarse el combate como la victoria de 12 navíos españoles sobre 47 ingleses, a pesar de la "traición de nuestros aliados franceses", y de "aplastante e inesperada victoria"; cabe recordar que en ese momento Inglaterra y Francia no estaban en guerra entre ellos.

     El almirantazgo británico emitió una serie de juicios navales para determinar quién había sido el responsable del fracaso de la flota británica a la hora de destruir a un enemigo peor comandado e inferior en número. Matthews resaltó la actitud pasiva de Lestock durante el combate, mientras este acusó del primero de carecer de coraje. El veredicto del tribunal fue muy controvertido y es tenido generalmente por injusto: Lestock fue absuelto de todos los cargos que pesaban sobre él mientras que Matthews fue declarado culpable por suspender la persecución y destituído.



El Poder enfrentándose a varios enemigos



      Los enemigos son muchas veces buenos jueces de la propia actuación, especialmente cuando en ellos existe un clima de caballerosidad como había en los mandos de la escuadra británica, independientemente de la actitud de su gobierno, cuyas órdenes cumplían. Ellos ensalzan el comportamiento de los españoles en los combates de Cabo Sicié. El comandante del Poder,  Don Rodrigo de Urrutia, en Mahón, a donde había sido llevado prisionero, recibió muchos honores dirigidos a su propia persona por su heroico comportamiento, y también muchas alabanzas dirigidas a Navarro y a sus comandantes y dotaciones: Todos los brindis —dice Urrutia— después del Rey británico eran al almirante Navarro. Todas las sobremesas caían en el Real y en el valor de los españoles, confesando todos generalmente la superioridad a ellos mismos, y encendiendo el furor contra quien debiera imitarnos (los franceses). —Por si hubiera duda sobre la actuación de los navíos de Navarro retrasados en la línea de batalla podemos recoger: Todos los navíos que estaban a la popa de V. E. —dice Urrutia— hicieron a los enemigos mucho daño que satisfacen a una voz con dignas alabanzas, confesándole al «Hércules» y «Brillante» mucha parte de defensa del Real, y al fuego de éste le llaman fuego de los infiernos —,  expresión muy británica.

jueves, 21 de febrero de 2013

Capitulación de Zaragoza 1809


 21 de febrero de 1809.-


       Tras un largo asedio de 52 días, la Ciudad de Zaragoza capitulaba ante las tropas de Napoleón. Las bombas y los asaltos franceses habían diezmado las defensas zaragozanas, pero no su valor y determinación. La epidemia de tifus desatada semanas antes, aceleró la caída de Zaragoza ante el mejor ejército de la época.


Plano de Zaragoza antes de los sitios, en el siglo XVIII.


      El 20 de febrero de 1809, a mediodía, el mariscal Lannes, duque de Montebello, general en jefe de las tropas napoleónicas; y Pedro María Ric, presidente de la Junta de Defensa, firmaron la capitulación de Zaragoza. Al día siguiente, hoy se cumplen justamente doscientos años, se produjo la entrega efectiva de la ciudad. El segundo asedio se saldaba para el bando español con 54.000 muertos y 12.000 prisioneros; para el bando francés, más de 3.000 muertos y un número no cuantificado de heridos. La ciudad quedó prácticamente arrasada, y casi nada quedó de aquella urbe que fascinara a los viajeros desde el siglo XV.




Fusilero de los Voluntarios de Atagón.




En su 'Diario', Jean Belmas describió lo ocurrido el día 21 con una prosa estremecedora:


"La ciudad presentaba un escenario espantoso. Se respiraba un aire infecto que sofocaba. El fuego, que todavía consumía numerosos edificios, cubría la atmósfera con un espeso humo. Los lugares a los que se habían conducido los ataques no ofrecían más que montones de ruinas, mezcladas con cadáveres y miembros esparcidos. Las casas, destrozadas por las explosiones y el incendio, estaban acribilladas por aspilleras o por agujeros de balas, o derrumbadas por las bombas y los obuses, el interior estaba abierto por largos cortes para las comunicaciones. Los fragmentos de tejados y de vigas suspendidas amenazaban con aplastar, en su caída, a quienes se aproximasen (...) Los hospitales estaban abandonados; y los enfermos, medio desnudos, erraban por la ciudad como sombras lívidas que salían de las tumbas, expiraban en medio de las calles. La plaza del Mercado Nuevo ofrecía un espectáculo desolador: gran número de familias cuyas casas habían sido invadidas o destruidas, se cobijaron bajo las arcadas; allí, los viejos, las mujeres, los niños yacían mezclados sobre el pavimento, con los moribundos y los muertos. En este lugar de sufrimiento no se oían más que los gritos arrancados por el hambre, el dolor y la desesperanza". 




Asalto al Monasterio de Santa Engracia, por Lejeune.


     Louis François Lejeune fue más conciso pero también contundente:
"La columna española desfiló en formación con sus banderas y sus armas -escribió-. Jamás un espectáculo más triste ni conmovedor vieron nunca nuestros ojos".

     En el capítulo V del documento de rendición, que puede verse estos días en la Lonja, en el marco de la exposición sobre 'Los Sitios', se especificaba que:

 "todos los habitantes de Zaragoza y los extranjeros, si los hubiere, serán desarmados por los alcaldes y las armas puestas en la puerta del Portillo el 21 a mediodía".


Supervivientes del asedio saliendo de la ciudad.

      Y así se hizo. Los supervivientes, amenazados por el tifus y las epidemias, tuvieron que someterse a las nuevas autoridades y soportar duras humillaciones. Lannes no entró en la ciudad hasta el 5 de marzo, después de haber exigido la limpieza de cadáveres en las calles. Entró por la puerta del Portillo y se dirigió al Pilar, donde presidió un 'Te Deum' en acción de gracias por la victoria obtenida. Los combatientes que se negaron a entrar en servicio para las tropas francesas, fueron conducidos presos a Francia.
     Las humillaciones llegaron después de una traición. Aunque en el apartado VII de las condiciones de capitulación se subrayaba que "la religión y sus ministros serán respetados, y serán puestos centinelas en las puertas de los principales templos", el mismo día de la rendición, por la noche, los franceses asesinaron al padre Boggiero. Fue arrancado de su convento, cosido a bayonetazos y arrojado al Ebro desde lo alto del puente de Piedra.


     Los franceses  incluyen la conquista de la ciudad entre sus grandes batallas inscritas en el Arco del Triunfo de París. Se puede leer «Sarragosse» encabezando la cuarta columna, segunda fila en la lista de batallas francesas grabadas en el Arco del Triunfo.





     
       La decidida resistencia de la ciudad fue inmortalizada entre otros por Benito Pérez Galdós, uno de los mayores novelistas españoles,  que dedicó uno de sus Episodios Nacionales, con los que pretendía narrar la historia española en el siglo XIX, a Zaragoza y sus sitios, inmortalizando así esta heroica resistencia. El libro contribuyó a mitificar la lucha, haciendo famosas las siguientes frases:


"¿Zaragoza se rendirá? La muerte al que esto diga.
Zaragoza no se rinde. La reducirán a polvo: de sus históricas casas no quedará ladrillo sobre ladrillo; caerán sus cien templos; su suelo abriráse vomitando llamas; y lanzados al aire los cimientos, caerán las tejas al fondo de los pozos; pero entre los escombros y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde."
Benito Pérez Galdós, Zaragoza13

CARTELES REPUBLICANOS DE LA G.C.E. (13)















































 


SEGUIRÁ.............