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jueves, 21 de febrero de 2013

Capitulación de Zaragoza 1809


 21 de febrero de 1809.-


       Tras un largo asedio de 52 días, la Ciudad de Zaragoza capitulaba ante las tropas de Napoleón. Las bombas y los asaltos franceses habían diezmado las defensas zaragozanas, pero no su valor y determinación. La epidemia de tifus desatada semanas antes, aceleró la caída de Zaragoza ante el mejor ejército de la época.


Plano de Zaragoza antes de los sitios, en el siglo XVIII.


      El 20 de febrero de 1809, a mediodía, el mariscal Lannes, duque de Montebello, general en jefe de las tropas napoleónicas; y Pedro María Ric, presidente de la Junta de Defensa, firmaron la capitulación de Zaragoza. Al día siguiente, hoy se cumplen justamente doscientos años, se produjo la entrega efectiva de la ciudad. El segundo asedio se saldaba para el bando español con 54.000 muertos y 12.000 prisioneros; para el bando francés, más de 3.000 muertos y un número no cuantificado de heridos. La ciudad quedó prácticamente arrasada, y casi nada quedó de aquella urbe que fascinara a los viajeros desde el siglo XV.




Fusilero de los Voluntarios de Atagón.




En su 'Diario', Jean Belmas describió lo ocurrido el día 21 con una prosa estremecedora:


"La ciudad presentaba un escenario espantoso. Se respiraba un aire infecto que sofocaba. El fuego, que todavía consumía numerosos edificios, cubría la atmósfera con un espeso humo. Los lugares a los que se habían conducido los ataques no ofrecían más que montones de ruinas, mezcladas con cadáveres y miembros esparcidos. Las casas, destrozadas por las explosiones y el incendio, estaban acribilladas por aspilleras o por agujeros de balas, o derrumbadas por las bombas y los obuses, el interior estaba abierto por largos cortes para las comunicaciones. Los fragmentos de tejados y de vigas suspendidas amenazaban con aplastar, en su caída, a quienes se aproximasen (...) Los hospitales estaban abandonados; y los enfermos, medio desnudos, erraban por la ciudad como sombras lívidas que salían de las tumbas, expiraban en medio de las calles. La plaza del Mercado Nuevo ofrecía un espectáculo desolador: gran número de familias cuyas casas habían sido invadidas o destruidas, se cobijaron bajo las arcadas; allí, los viejos, las mujeres, los niños yacían mezclados sobre el pavimento, con los moribundos y los muertos. En este lugar de sufrimiento no se oían más que los gritos arrancados por el hambre, el dolor y la desesperanza". 




Asalto al Monasterio de Santa Engracia, por Lejeune.


     Louis François Lejeune fue más conciso pero también contundente:
"La columna española desfiló en formación con sus banderas y sus armas -escribió-. Jamás un espectáculo más triste ni conmovedor vieron nunca nuestros ojos".

     En el capítulo V del documento de rendición, que puede verse estos días en la Lonja, en el marco de la exposición sobre 'Los Sitios', se especificaba que:

 "todos los habitantes de Zaragoza y los extranjeros, si los hubiere, serán desarmados por los alcaldes y las armas puestas en la puerta del Portillo el 21 a mediodía".


Supervivientes del asedio saliendo de la ciudad.

      Y así se hizo. Los supervivientes, amenazados por el tifus y las epidemias, tuvieron que someterse a las nuevas autoridades y soportar duras humillaciones. Lannes no entró en la ciudad hasta el 5 de marzo, después de haber exigido la limpieza de cadáveres en las calles. Entró por la puerta del Portillo y se dirigió al Pilar, donde presidió un 'Te Deum' en acción de gracias por la victoria obtenida. Los combatientes que se negaron a entrar en servicio para las tropas francesas, fueron conducidos presos a Francia.
     Las humillaciones llegaron después de una traición. Aunque en el apartado VII de las condiciones de capitulación se subrayaba que "la religión y sus ministros serán respetados, y serán puestos centinelas en las puertas de los principales templos", el mismo día de la rendición, por la noche, los franceses asesinaron al padre Boggiero. Fue arrancado de su convento, cosido a bayonetazos y arrojado al Ebro desde lo alto del puente de Piedra.


     Los franceses  incluyen la conquista de la ciudad entre sus grandes batallas inscritas en el Arco del Triunfo de París. Se puede leer «Sarragosse» encabezando la cuarta columna, segunda fila en la lista de batallas francesas grabadas en el Arco del Triunfo.





     
       La decidida resistencia de la ciudad fue inmortalizada entre otros por Benito Pérez Galdós, uno de los mayores novelistas españoles,  que dedicó uno de sus Episodios Nacionales, con los que pretendía narrar la historia española en el siglo XIX, a Zaragoza y sus sitios, inmortalizando así esta heroica resistencia. El libro contribuyó a mitificar la lucha, haciendo famosas las siguientes frases:


"¿Zaragoza se rendirá? La muerte al que esto diga.
Zaragoza no se rinde. La reducirán a polvo: de sus históricas casas no quedará ladrillo sobre ladrillo; caerán sus cien templos; su suelo abriráse vomitando llamas; y lanzados al aire los cimientos, caerán las tejas al fondo de los pozos; pero entre los escombros y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde."
Benito Pérez Galdós, Zaragoza13

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